Han pasado años desde que fui a la última romería y comparo ausencias en los nueve kilómetros que nos separan los recuerdos.
Del santuario sale la Virgen de los Remedios al son breve del himno nacional
y, un chundarata la acompaña en la
primera subida de lágrimas, hasta la ermita de San Antón.
En la mañana clarea el suelo, se cubre el camino conforme se apartan las nubes.
Somos mucho, y me da,
que la fe y los motivos que nos juntan, hoy y ayer, siempre oscilan entre el folclore y el
misticismo. Pero nadie pregunta y nadie sobra.
Los cinamomos han estirado y los “pan y quesillos” sombrean -de niños nos comíamos sus flores: ¡por
dios!-.
En esta época abundan las amapolas
- ababoles – y las tierras rojean como banderas revolucionarias. A la
derecha del arco de los poetas, destaca algo parecido a un girasol, pero dura poco, una chica con su ikebana campero, lo arranca y nos
desuela.
Con algo más de dos kilómetros andados llegamos al arco del término; apoyado en un árbol aguardamos el cambio de
manto, la vara de mando terciada y los vivas almorzados. Nosotros, en
estas esperas, regamos las magdalenas con cuerva
de vino blanco mientras seguimos cruzándonos saludos y besos con: compañeros de trabajo; algún padre poeta de algún amigo - Miguel -; alumnos; familia; clientes y desconocidos corteses.
Poco antes de entrar a La Roda - bajo el puente de la autovía
- la música y el jaleo suenan con un eco
aumentado que nos apretuja y baila. Aquí nos desviamos.
Tal vez volvamos en veintiún días.
de romería,
la bota de mi padre
llena de cuerva