círculo vicioso

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Mi amigo Ceferino López ha puesto en marcha una web en la que vende chapas y espejos de autor. Dénse una vueltecita por su Círculo Vicioso, échenle un vistazo a su catálogo y tal vez encuentren una sorpresa.



Por un conocimiento sin fronteras por VÍCTOR PÉREZ-DÍAZ



diversidad

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En la región donde ahora me encuentro las tribus se cuentan por docenas. Se configuran en uniones y confederaciones cuyas reglas y costumbres no conoce nadie excepto sus miembros. Yo, un extraño, soy incapaz de orientarme en todo esto, de ordenarlo, agruparlo. Cómo voy a saber qué relaciones mantienen los mwaka o los pande o los banya con los baya? Pero ellos sí saben, su vida depende de ello. Saben quién pone púas envenenadas y en qué sendero, dónde hay un hacha enterrada.
A propósito: ¿de dónde han salido tantas tribus? Sólo en Åfrica había diez mil hace ciento cincuenta años. Basta con dar un paseo a lo largo de un camino: en la primera aldea viven los tulama, pero ya en la siguiente, los arusi, que nada tienen que ver con sus vecinos. A una margen del río, los niurle, y en la otra, los topota. La cumbre de la montaña está habitada por una tribu y el pie por otra diferente.
Y cada una tiene su lengua, sus costumbres, sus dioses. ¿Cómo se ha producido todo esto? ¿Cómo nació esa diversidad tan increíble, esa impresionante riqueza? ¿En qué momento empezó todo? ¿Cuándo? ¿En qué lugar? Los antropólogos sostienen que en el comienzo fue un grupo pequeño. Tal vez varios. Ninguno de ellos podía contar con más que treinta o, a lo sumo, cincuenta miembros. Si fuese menos numeroso, no podría defenderse; si fuese mayor, no hallaría comida suficiente para todos.

Ryszard Kapucinski. Viajes con Heródoto



cómic

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Un reciente y despreciativo artículo de Vicente Molina Foix sobre cómics ha despertado una ola de justa indignación. Me han gustado los comentrios de este sitio y la justa carta “por alusiones” de Alvaro Pons.

Si os parece, podéis dejar un comentario en su blog. Yo ya lo he hecho.

ACTUALIZO: Mi amigo Manolo me dirige hacia el comentario del siempre punzante Joan Navarro.




viaje a huesca

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[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=nN_VIhjdG-8[/youtube]

Esta la libreta la he rellendo durante un viaje reciente. Las primeras páginas las hice en Jaca, donde estuve dando el curso “A vueltas con el cuaderno”, del que se ha creado un blog que podéis ver aquí y se habla bastante aquí (en italiano).

He subido algunas imágenes de esta libreta bastante ampliadas a mi Flickr y en este otro sitio pueden verse mis fotos del curso de Jaca.



mikel casal

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Mi amigo Mikel Casal acaba de publicar un libro que recopila sus últimos trabajos para prensa. Podéis leer más sobre él y ver algunas mini-miniaturas aquí.



Portugal: la realidad anestesiada por JOSÉ GIL



De tentetiesos y tortugas por JOSÉ MARÍA IZQUIERDO



montaña

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En la montaña tengo a menudo la impresión de ser un blanco, de estar siendo observado desde un punto de mira. Para conjurarlo, pienso en el lanzador de cuchillos. Su excelencia consiste en fallar el blanco. Clava sus puntas alrededor de la figura. Para él, la precisión consiste en apuntar al borde y desdeñar el centro.

Erri de Luca. Tras los pasos de Nives

Arriba, apunte reciente desde los Baños de Panticosa.



coñac

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Vajtang Inashvili me enseña su lugar de trabajo: una gran nave repleta de barriles hasta el techo. Enormes, pesados, dormidos, descansan sobre unos soportes.
En los barriles madura el coñac.
No todo el mundo sabe cómo se hace el coñac. Para conseguirlo, hacen falta cuatro cosas: vino, sol, madera de roble y tiempo. Además, como en todo arte, hace falta gusto. El resto se presenta de la manera siguiente:
En otoño, después de la vendimia, se fermenta la uva. El alcohol obtenido se vierte en barriles. Los barriles tienen que ser de roble. El secreto del coñac se esconde en los nudos de la madera. Mientras crece, el roble acumula sol. El sol penetra y se posa en los nudos, como el ámbar se posa en el fondo del mar. Es un proceso que dura decenas de años. Un árbol joven no daría buen coñac. El roble crece; su tronco empieza a platear. El roble se robustece; su madera cobra fuerza, color y olor. No todo roble dará buen coñac. El mejor lo dan los árboles solitarios que crecen en lugares apartados y en suelo seco. Son los que han acumulado mucho sol. En un roble de estas características hay tanto sol cuanta miel hay en un panal. Los suelos húmedos son ácidos, por lo que el roble contiene demasiado amargor. Lo detectaremos al tomar el primer trago de coñac. El roble que en su juventud haya sido herido por la metralla tampoco dará buen coñac. En el tronco herido los jugos circulan con dificultad, y la madera ya no tiene el mismo sabor.
Después los cuberos hacen los barriles. El cubero tiene que saber su oficio. Si falla el corte, la madera no dará el aroma deseado. Sí dará color, pero no soltará ni pizca de aroma. El roble es un árbol perezoso, y, sin embargo, haciendo coñac, tiene que trabajar. El cubero debe tener el pulso de un constructor de instrumentos de cuerda. Un buen barril puede durar cien años. Incluso hay que tienen doscientos y más. No todos saldrán bien. Hay barriles sin sabor, y otros que dan un coñac que es oro puro. Sólo pasados unos cuantos años se sabe cómo ha salido el barril.
En estos barriles se vierte el alcohol obtenido de la uva. Quinientos, mil litros, depende. Se colocan sobre los soportes y allí se dejan. No hay que hacer nada más; sólo esperar. A todo le llegará su tiempo. El alcohol penetra en la madera, y entonces el roble devuelve todo lo que ha acumulado: el sol, el olor y el calor. El árbol exprime sus jugos: trabaja.
Por eso tiene que tener paz.
Como respira, necesita de suaves corrientes de aire. Le gusta el ambiente seco. La humedad estropearía el color; daría un color pesado, sin luz. El vino gusta de la humedad; el coñac no la soporta. Es mucho más caprichoso. El primer coñac se obtiene al cabo de tres años. Tres años, tres estrellas. Los coñacs con estrellas son los más jóvenes, de baja calidad. Los mejores son los de marca, sin estrellas. √âstos han madurado durante diez, veinte, hasta cien años. Aunque, a decir verdad, la edad del coñac es aún mayor. Hay que añadirle la del roble del barril. En la actualidad se trabaja con robles que despuntaron en los tiempos de la Revolución Francesa.
La edad del coñac se reconoce por el sabor. El joven es duro, rápido, como impulsivo. Tiene un sabor áspero, rasposo. En cambio, el viejo entra terso, suave. Sólo más tarde empieza a irradiar. El coñac viejo alberga mucho calor, mucho sol. Sube a la cabeza con lisura, suavemente, sin prisas.
De todos modos hará su trabajo.

Ryszard Kapuscinski. El imperio.



dibujo

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Relata: un día, un hombre llegó hasta su casa en una barca. Llevaba papel y pinturas, lápices de mina y de colores. Con su barca seguía el curso del Lena, deteniéndose en aldeas y jutores y a partir de fotografías pequeñas, de carnet escolar o de pasaporte, pintaba para las madres los retratos de los hijos muertos en la guerra. Le pagaban cuanto podían. Y vivía de ello, no dependía de nadie.

Ryszard Kapuscinski. El Imperio

Arriba, algunas acuarelas dibujadas en Menorca.



triana/2

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El barrio de Triana, en Sevilla, ha sido señalado desde tiempo inmemorial como la residencia favorita de los gitanos. En este lugar son hoy más numerosos que en cualquier otra ciudad de España. Ciertamente habitan este barrio tipos desesperados y. aparte de los gitanos, se congrega aquí la mayoría de la población ladrona de Sevilla. Es posible que no exista otro lugar, incluido Nápoles, donde el delito abunde tanto y la ley sea tan despreciada como en Triana. La catadura de sus habitantes fue gráficamente bosquejada por Cervantes, hace dos siglos y medio, en una de sus novelas más divertidas. 
En los callejones más infames de este barrio, entre tapias desmoronadas y arruinados conventos, vive la gran colonia de los gitanos españoles. Aquí se les puede ver manejando el martillo; aquí recortándoles las cernejas a los caballos o esquilando a tijera lomos de mulos y borricos. De este lugar salen para ejercer ese oficio en la ciudad o para oficiar de terceros o para comprar, vender o cambiar animales en el mercado y las mujeres para decir el bahi por las calles, igual que en otras partes de España, generalmente acompañadas por uno o dos churumbeles desgreñados que llevan en brazos o asidos a las faldas. Otras, provistas de canastas y anafes, se encaminan a las deleitosas orillas del Len Baro, cerca de la Torre del Oro donde, agachadas sobre el suelo y con el hornillo encendido, asan las castañas que, cuando están bien hechas, constituyen las golosina favorita de los sevillanos. Muchas de ellas están conchabadas con los contrabandistas y van por las casas vendiendo mercancías prohibidas, de las compradas a los ingleses en Gibraltar. Esta es la vida de los gitanos de Sevilla; tal es su vida en la capital de Andalucía.

George Borrow. The Zincali. 1840



triana

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El sol se había puesto hacia más de una hora cuando llegamos al barrio de Triana; recorrimos, guiados por Coliron, varias calles bastante sucias y totalmente a oscuras, pues la iluminación y la limpieza están igualmente abandonadas en el barrio de los gitanos. A pesar de ello llegamos sin tropiezo frente a la botillería del tío Miñarro, a cuya puerta platicaban fumando su papelito varios personajes en traje andaluz, entre los que reconocimos algunos de los aficionados que habíamos encontrado en la academia de baile.
Después de cruzar una sala donde bebían apaciblemente algunos tipejos de aspecto un tanto insolente, penetramos en un patio rodeado de columnas de mármol blanco rematadas por capiteles esculpidos. Este patio, como un gran número de los que todavía se ven en Sevilla, se remontaba al tiempo de los árabes; unos limoneros seculares tapizaban los agrietados muros y unas plantas trepadoras se enrollaban alrededor de las columnas que el tiempo amarillea; en las esquinas del patio se alzan bananeros de hojas dentadas y uno de esos arbustos, comunes en Andalucía, llamados damas de noche. Cuatro lamparillas de las que acabamos de describir iluminaban de extraña manera esta vegetación inculta, pero lujuriante; unas sillas de paja y unos bancos de pino dispuestos entre las columnas esperaban a los espectadores. Una media docena de jóvenes de espesas patillas de “boca de jacha” charlaban en medio del patio, mientras templaban sus guitarras, con algunas majas a las que nos pareció haber entrevisto ya en nuestra visita a la fábrica de tabacos. Eran, en efecto, cigarreras, e incluso la flor de las cigarreras, como oímos decir a nuestro alrededor.

Jean Charles Davillier. L´Espagne. 1874



kavf

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El hombre se da por satisfecho con descansar tumbado a la sombra; es plenamente feliz a la orilla de un río espumeante o al fresco amparo de un árbol perfumado, fumando una pipa o tomando a sorbos una taza de café o bebiendo un vaso de sorbete, pero sobre todo perturbando el cuerpo y la mente lo menos posible, siendo el problema de la conversación, las insatisfacciones que pueden causar la memoria y la vanidad del pensamiento las interrupciones más desagradables de su kayf. No es extraño que kavf sea una palabra intraducibie a nuestra lengua materna.

Richard Burton. Peregrinaje a la Meca



café

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Fueron los otomanos los que descubrieron que se utilizaba el café en el Yemen durante su primera ocupación del país, de 1536 en adelante. Veinte años después Estambul y El Cairo tenían tiendas de café; en la década de 1630 se bebía café como una bebida social en Balliol College, Oxford; París tenía 50 cafés en 1690; en Boston, en América, se abrió el primer café en 1689. El café se había convertido rápidamente en sinónimo de tratos oscuros, intriga y sedición. En el mundo islámico hombres doctos atacaban la sustancia como “haram”: una práctica prohibida a los musulmanes. En el Cairo, el que te sorprendieran en un café era un delito que se castigaba con la flagelación; a los reincidentes se les metía en un saco, se cosía el saco y se les arrojaba al Nilo.

Kevin Rushby. En busca de las flores del paraiso.



Insumisos, la batalla por un ideal por JORGE URDÁNOZ GANUZA



civilización

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Quizá la caza de cabezas sea una muestra de la barbarie primitiva, pero tiene una contrapartida mucho más terrible en las guerras de la civilización moderna. La civilización de nuestros días no es, después de todo, más que un grado superior respecto a la cultura bárbara. Sería cuestión a discutir si los primitivos salvajes, con sus rudas concepciones y creencias, con sus métodos de socialización y sus reglas de alta moral, no llevan una vida más pura y verdadera que nosotros, los civilizados. Sus aldeas no conocen la miseria de las grandes ciudades; a sus habitantes no les corrompe la codicia, ni ocultan los más abyectos sentimientos bajo un disfraz de respetabilidad. Alguna vez se dejan llevar por sus instintos bélicos y capturan una o dos cabezas, pero esto lo realizan en noble lucha. En cambio nosotros, los supremos representantes del progreso, agotamos los recursos de las naciones para destruir a millares de vidas humanas. Parece como si civilización significase lo mismo que degeneración. Sin embargo, penetra a viva fuerza en el Jardín del Edén, impone su cultura a estos pueblos sencillos y les arranca de sus aldeas, llenas de paz y de dicha, para hacerles trabajar en las minas y en las plantaciones; para despertar en ellos el deseo de las inútiles riquezas y placeres de los blancos, que sólo sirven de señuelo para cambiar su libertad en esclavitud.

Frank Hurley. Entre los cazadores de cabezas de Nueva Guinea. Joaquín Gil Editor. Buenos Aires, 1956.



¿Cómo iba a ser el segundo 11-S? por FERNANDO REINARES



asombro

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A decir verdad, no sabemos lo que incita al hombre a recorrer el mundo. ¿Curiosidad? ¿Anhelo irrefrenable de aventura? ¿Necesidad de ir de asombro en asombro? Tal vez: la persona que deja de asombrarse está vacía por dentro; tiene el corazón quemado. En aquellos que lo consideran todo deja vu y creen que no hay nada que pueda asombrarlos ha muerto lo más hermoso: la plenitud de la vida. Heródoto se sitúa en el polo opuesto. Con su continuo ir y venir, es un nómada infatigable, ocupado en mil cosas, rebosante de planes, ideas, hipótesis… Siempre de viaje. Incluso cuando está en casa (pero ¿dónde está su casa?), es porque o acaba de volver de un viaje o está preparando el siguiente, el cual ha de ser entendido como un esfuerzo e indagación, como un intento de conocerlo todo: la vida, el mundo, a sí mismo.

Ryszard Kapucinski. Viajes con Heródoto



agua

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Y, al otro lado del valle, contra la verticalidad gris de un acantilado, una delgada hebra de agua se esfuma convirtiéndose en niebla o humo atomizado por el viento y luego da la impresión de que se materializa de nuevo a partir del propio aire bajo la forma de una maraña líquida de luz. Hay hechizo en el agua que fluye: permanezco sentado, hipnotizado por su belleza. El agua, el más unificante de los elementos, el que une la tierra, el mar y el aire en un círculo viviente. Su correr sigue un cauce, a diferencia del aire, y sus ciclos son más vastos y aceptan los tres estados de la naturaleza. La nieve y el hielo yacen encerrados, quizá durante años, en crestas, circos, glaciares, nieves perpetuas, y de pronto se resquebrajan, se funden y se transforman en nieve derretida. El agua, más honda que altos los picos más altos, yace en el mar hasta que sube a la superficie y el aire la acepta en forma de vapor. El aire húmedo gira en torno al mundo y acaba cayendo de nuevo en el mar en forma de nieve o lluvia; o en forma de nieve y lluvia sobre la tierra.
“El hombre de bondad superior es como el agua”, dice Lao Zi. “El agua sabe favorecer a todos los seres, mas no lucha; ocupa los hogares que la muchedumbre detesta, y así está cerca del dao.” “Nada hay en el mundo más blando y débil que el agua, mas nada le toma ventaja en vencer a lo recio y duro.” Insípida, acepta todos los sabores, incolora, todos los colores, refleja el cielo, refracta las piedras blancas de su lecho, disuelve o suspende los suelos y los minerales sobre los que fluye. El pulso de nuestro cuerpo es líquido, como lo son todos los pulsos vivientes. El agua disuelve la sal de la parábola en las Upanishads, cubre la tierra del Génesis y fluye por el paraíso del Corán. Y el aleatorio rumor difuminado, el tumulto lumínico que estoy contemplando, es autor de más belleza incluso que la propia: los cirros y los cúmulos, el arco iris y los nubarrones, los estratos del crepúsculo, el indescriptible olor de las primeras lluvias en las planicies tostadas por el verano.

Vikram Seth. El lago del cielo

Arriba, apunte reciente desde los Baños de Panticosa.



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