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Irma Cuña: Mujer y poeta
Mañana se cumplirá un nuevo aniversario del nacimiento de la poeta neuquina fallecida en el 2004. Aquí, un recuerdo
de su vida y obra.

Hablar de Irma Cuña es hablar de la mujer y de la poeta, ambas van entramadas, son una, porque hacer poesía para Irma, era, y lo sigue siendo a través de sus poemas y lectores, hacer poiesis, amasar la vida, abrazar los riesgos, inclusive en el miedo y en los sinsabores, en la ingratitud y el desamparo. Como mujer se hizo cargo de los roles que se nos atribuyen tradicional y paternalmente, y también de los otros, de aquellos que pudo arrebatar en su lucha cotidiana de mujer del sur: fue hija, hermana, madre, abuela, esposa, vecina, pero también amiga, estudiante, becaria universitaria, doctoranda, docente en diferentes niveles de enseñanza, especialmente en el terciario y universitario, empleada, investigadora, difusora cultural, escritora, poeta, académica. Supo asimismo del sabor de los exilios, no sólo del externo sino también de los internos, dentro de la propia tierra, y de aquellos que no suelen nombrarse, los exilios interiores, de las listas no listas, del ninguneo y del olvido.

Nació en la capital neuquina, ciudad a la cual volvió en 1992 para quedarse. Aquí, en su comarca, quiso dormir el largo sueño, como ella misma preanunció en su poema Neuquina. Murió en la ciudad de Neuquén, "... sonrisa del desierto", en el año del centenario de su capitalidad, un domingo de otoño, el 16 de mayo del 2004. Había nacido el 14 de setiembre de l932.

Hizo poesía con su arte y con su vida. Desarrolló docencia terciaria y universitaria (Universidad de Morón, Universidad Nacional del Comahue, Instituto Nacional del Profesorado Joaquín V. González, entre otros), fue investigadora del Conicet, desde donde se dedicó al discurso utópico latinoamericano. Profesora y doctora en Letras Españolas, vivió en México cuatro años. Se casó en Bs. As. con el escritor y economista Enrique Silvestein, quien falleció en 1973.

Tuvo hijas y nietas. Quiso a su tierra y amó la literatura.

Escribió poesía y ensayo. Publicó en libros unitarios, en antologías, en revistas, diarios, plaquetas y casetes. Algunos títulos, en ensayo, Identidad y Utopía, UNCo, 2000; en poesía: "El riesgo del olvido", Ediciones Culturales de la Ciudad, Municipalidad de Neuquén, l992; El extraño, cuya primera edición la realizó Siringa, Neuquén, 1977; Antología Poética, Fondo Nacional de las Artes, 1996. Este libro se ubica en la Serie Poetas Argentinos Contemporáneos, donde se hallan publicados, entre otros, los poetas argentinos Diana Bellessi, Leopoldo Castilla, Horacio Castillo, Santiago Kovadloff; Poesía Junta, Ediciones Último Reino, 2000. En edición artesanal aparece en el 2003 estar en Ti/ Salmos en Neuquén, arteletra, tal vez el último de sus libros editados en vida. En el 2005 la Municipalidad de Neuquén publicó Patagónica, Neuquina y otros poemas.

El compromiso vital de Irma Cuña se evidencia en toda su obra escritural, entendiendo por compromiso no solamente el tratamiento de temas del entorno social y sus pujas de poder: a Irma le entusiasmaba la vida y con ella se comprometió. En una entrevista que tuve con la poeta en 1998 se refirió conceptual y fundadamente a varios temas, pero

sobre todo al de las identidades: "Nuestra tierra es indígena, pero de un indígena asesinado. Sin embargo, es también Sayhueque, Collipilli, los que resistieron. Ellos preferían ser asesinados en masa, antes de ser tomados por el blanco. Esto queda. Como queda en las culturas el descubrir los huesos de dinosaurios. Estamos caminando sobre los dinosaurios y sobre los asesinados. El desierto tiene como definición el no: no hay pájaros, no hay flores, no hay plantas. Definirse por el no es una forma de definición. Eso gravita y se detecta a veces en las expresiones: el cegarnos para no ver ni ser lastimados por el reverbero o el desierto, nos obliga a protegernos en el imaginario, entonces ya no vivimos en una comarca real, sino en un imaginario. En ese juego de bisagra está la zona de definición de nuestra literatura, de las obras de teatro, del arte, etc. Creamos un mundo imaginario: lo real insoportable y lo imaginario soportable, aunque no edulcorado, es allí donde estaría nuestra literatura. Huir de la realidad es una presencia que está en toda la literatura argentina (...)".

La poesía de Irma Cuña es de gestos esbozados en palabras, apenas leves, aleteadas casi; poesía con marcas de humor e ironía, de rebeldía, de misticismo; poesía que teje y desteje múltiples campos de sentido. Lectora y lector pueden percibir esa carencia y ese no al cual se refería la poeta "... Sólo la arena es cierta:/ Me reconozco en ella. / Esa arena sin rostro, / irrepetible..."; también la presencia de la tierra en los detalles de la cotidianidad, una de las tantas presencias de la memoria y las identidades. Colores y sabores se muestran en Mediodía (...): "Ya he comido/ jugando/ algunas frutas/ y ya he bebido/ por mucha sed, por el calor/ recienvenido. / Hay algunos rumores en la casa/ y apenas murmurando/ mis palabras/ voy saludando/ a los hermanos/ todos/ (...) " En estos campos de sentido hechos con el sabor y dolor de las palabras, que no es ni más ni menos que el dolor y sabor de haber vivido, están presentes asimismo las utopías de trascendencia, no exentas del lenguaje coloquial y juguetón que acarrea ecos de la infancia en imágenes y palabras de otro tiempo: "mascarita". En el mismo poema Mediodía expresa "(...) Saludo en ti, Señor,/a aquellos amigables, / y a los otros/ hirsutos/ desvaídos/ mis hermanos./ Débiles como yo/ aunque atrevidos/ como yo/ simulanta y mascarita./ Hola, pues, mi Señor/", mientras que en No me dejes caer, podemos casi oír con el corazón de la niñez la plegaria al ángel que nos cuida "(...) Cúbreme con tus alas/ reconfórtame/restáurame/destruye el desespero./ (...)". En otros poemas el yo lírico intenta transferirse más explícitamente al tú, al otro, a los otros, "... hay que salir al sol, a la calle, a los compañeros alargando la palabra como una mano. Jugándole al viento para airear el áspero y tierno corazón humano (...)". Su poesía sacude con el vestigio de la movilidad. Vuelvo como lectora al tópico de la arena y la duna "(...) La duna es el recuadro de mi valle (...) la duna es el paisaje de mí misma"; la duna, móvil en su morosidad, constantemente se esfuma, pero a la vez se delinea en forma nuevamente, en inacabadas maneras de ser la mismidad y lo otro. "(...) Hay infinitas maneras de morir, aunque una sola sea la definitiva". Quizá por eso, como extraña y extranjera de sus propios territorios, Irma diga y prediga en El extraño, "Partimos a olvidar nuestro dedo de sombra en el desierto./ ¡Tanto andar por el aire para tocar la interminable arena!"

 

Entrevista realizada por Lilí Muñoz, en 1998, en Neuquén, para El gran libro del Neuquén, Alfa Centro Literario y Milenio, 2001.

De: Mediodía, en estar en Ti. Salmos en Neuquén, arteletra, Nqn. 2003 (Edición artesanal).

De: Mediodía, op.cit.

En: estar en Ti. Salmos en Neuquén, op.cit.

De: Acto de fe, en Maneras de morir, 1974, en El riesgo del olvido, Ediciones Culturales de la Ciudad, Municipalidad de Neuquén, 1992.

De: La duna, en Neuquina, 1956, en El riesgo del olvido, op.cit.

De: Partimos, en El extraño, en Poesía junta, Ediciones Último Reino, Bs. As., 2000.

 

Poesías

Irma Cuña –Ciudad de Neuquén– 1932-2004

Casi una niña,
el collar de claros corales a la espalda,
huyes vestida de gasa, de lila, de rosa.
Llevas los ojos en los pies que no alcanzo,
los ojos en las manos escondidas,
los ojos en la cara sin huésped.
Dejas una espuma
ahilada
de trigo,
una confusión de lino
en tanto aire,
la copa de amapolas desvaídas,
el mundo de polen en vuelo.

Reclinada en la ausencia del agua,
segura entre rocas invisibles,
la almohada de silex te espera como una concha áspera.

La niña flor va por el aire
entre los dedos lisos de las ramas,
sin tocar el hilván de la luz,
separada,
mujer de muro mielado,
olvidada del sol,
mariposa confusa,
caléndula,
uva moscatel que el otoño mueve.

De espaldas,
sola,
por innumerables senderos
las hojas caen sin ruido
y ella desciende una colina
hoja a hoja
hoja a hoja
y un paso
y luego el otro
entre los troncos.
Hacia abajo pesa su estatura y su sombra;
en cada pie soporta el cuerpo.
el cielo atrás
la empuja
hacia un valle invisible.
ella
solamente
desciende,
paso a paso, como un collar de gotas.
por los senderos,
grávida,
su lluvia redonda estremece la tierra
y atrás de su talón se va secando la humedad,
cualquiera huella.


Corre un momento,
atrapa un mimbre alto,
pero siempre
desciende
paso a paso
hacia el posible valle,
contra el cielo.

 

Palmira Painefilu

En tu gran corazón de niña seria,
Palmira Painefilu,
¿estaré todavía?
Sería bueno saber que has olvidado,
porque el amor te dio un albergue,
a la hermana maestra
que intentó revelarte el valle verde,
los afelpados troncos del canelo,
las hojas del otoño entre los notros
y el latido retumbo de los lagos.

Palmira ¿has olvidado?
¿O todavía estoy en tu piuqué,
como cuando me iba?

Aunque alcancé a llegar a tu silencio
y albergarme yo misma entre tu orgullo,
–ambas espejos de la tierra–
por dos despojamientos diferentes
¿qué oscuro resultó reconocernos!

 

Tejendera

Seguís urdiendo atenta,
sin preguntas,
la geometría interminable
–blanco y negro–
de la disolución y del olvido.
En tu MATRA antiquísima
vuelan los pájaros,
giran las guirnaldas
y oscila entre tus dedos incansables
el zigzag de la víbora,


Las ocho puntas de la estrella
y pico del pillán de tus volcanes.

¿Seguís entretejiendo,
tejendera,
las huellas de un ritual que te ha perdido?

 

Isla Nadie.

Mi corazón sostiene cinco muertes
Y un resplandor de fuga.
¿Cómo amar el resquicio por donde fluyen mariposas ebrias?
Consuélame de tanta muchedumbre,
De este jirón de rostro pudriéndose en la orilla.
Mitad de río,
lumbre,
viento largo.
Precipicio de amigos
y olvido de cavernas.

Nadie. Deshabitada convoco algunas sombras
y un ritual apagado para manos oscuras.

El sueño es una roca derrumbada.

 

Costa

Haber mirado el aire
desde el centro del aire,
el águila en el pulso lejano del desvelo,
el perfil de una roca junto a la flor.

Y habitar frente al mar-siempre-de-espaldas.

Haber crecido, piel de las arenas,
entre los montes rectos.
Haber bebido el agua de los ríos
en su diamante exacto.
Haber perdido el rostro en la alameda
roja de alto silencio.
Haber huido al hueco de la tarde,
el ala tensa.

Y habitar frente al mar-siempre-de-espaldas.

LILÍ MUÑOZ

lidiar@arnet.com.ar



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