—Lo haremos esta noche —dijo una de ellas, la
que llevaba las estúpidas orejas de gato.
—No
podemos seguir perdiendo el tiempo —reconoció su compañera con la máscara de
conejo que apenas dejaban entrever sus labios fuertemente pintados de rojo.
Es
cierto que no debería de haber estado escuchando una conversación ajena, y que
solamente llegaba a mis oídos porque era incapaz de evitarlo habiéndome
olvidado los auriculares en la casa y, además,
porque gritaban por sobre el estruendo producido por el metro. Aun
queriéndolo, nada podría haber hecho para sustraerme de aquel extraño diálogo.
—Nuestra
gente obtendrá lo que se merece luego de siglos de opresión —rieron al unísono.
Claro
que hubiera sido más fácil ignorarlas con los auriculares, lo sé. Concentrándome
en mi propia música como mucho habría mirado su extraña vestimenta, que
resultaba más bien escasa teniendo en cuenta la época del año, y allí se habría
acabado mi interés. Siempre se viaja más tranquilo cuando no hay que atender a
los insulsos diálogos ajenos, ni a los pedidos desesperados de limosnas, ni a
aquellos que ansían llamar nuestra atención haciendo extraños malabares o
desafinando con una melodía más o menos clásica. ¿Quién me manda a olvidarme lo
más importante que ha de llevar cualquier persona para sobrevivir al contacto
con otros seres? Cómo aislarse de los demás si no podemos evitar escuchar cosas
como:
—La
opresión del pueblo de los túneles será por fin expuesta ante la hipocresía de
los bípedos de las superficies —decía la también bípeda con orejas de gato.
—Nunca
volveremos a llevar las cadenas de nuestra esclavitud —dijo quien portaba la
máscara de conejo que, aun luego de mirarla varias veces, y en todas las
direcciones posibles, no descubrí cadena alguna.
Podría
preguntarles de qué era lo que hablaban, ya que esos diálogos parecían sacados
de alguna mala traducción española de una novela épica, o cosa similar. Podría
acercarme a ellas, recorrer los escasos centímetros que separaban nuestros
cuerpos, aun a riesgo de que mis movimientos fueran mal interpretados y
provocaran algún tipo de disturbio, y quitarme la duda.
Tampoco
veía en ellas la posibilidad de entablar diálogo alguno, tan concentradas en
sus propios parlamentos, en mantener el equilibrio ante los sacudones del metro
y en evitar los empujones de los cuerpos amontonados, como se las veía. Por
esos detalles parecían más cercanas a la realidad de lo que su aspecto podría
indicar.
De tanto mirarlas era yo quien
comenzaba a perder mi propio contacto con la realidad creyendo que los
chirridos del metal, los gritos de los frenos hidráulicos faltos de
mantenimiento, el sistema de ventilación a punto de detenerse, el calor de los
cuerpos ahogándome con su sudor, la necesidad de aislarme de todo aquel
innecesario contacto con la humanidad
de la que lamentablemente formaba parte, eran parte de una mentira en la
queríamos creer.
—Como
debió de haber sido desde un comienzo —dijo la chica gato.
—Volveremos a dominar el mundo —completó
la chica conejo.
Y
rieron a carcajadas, haciéndose escuchar en cada rincón del metro antes de bajar,
intempestivamente, cuando se cerraban las puertas automáticas, en la estación cercana
a la zona de los teatros.
Repetí el mismo viaje, a la misma
hora, y también en otros horarios, pero jamás volví a verlas. Nada cambió en el
mundo, por lo que he de suponer que aún no han logrado su declamado cometido de
dominarlo.
Sin embargo, algo sí ha cambiado. Desde
ese día me di cuenta que los auriculares ya no eran suficientes para aislarme,
para separarme de los demás, de los que no son/eran como yo, quería,
necesitaba, ansiaba, llevar mi propia máscara. Una que me ayudaría a descubrir
mi verdadero rostro.
Además, tenía la certeza de que, una
vez que lo hiciera, sería más fácil el volver a encontrarme con ellas.
9 comentarios:
Continúo buscando mi máscara.
Suerte a todo@s los demás.
Nos leemos,
J.
¿Cómo sería una máscara de demiurgo? Me lo pregunta.
¿Y que tal si ellas chicas no usaban máscaras, sino sus verdaderas caras. El diálogo me lo hace considerar una posibilidad.
Bien contado.
Cada uno llevamos una máscara según las circunstancias en las que estamos inmersos y de las que es difícil sustraernos por más que lo intentamos.
Nos seguimos leyendo dependiendo de Selena.
Tienen mucho encanto tus relatos.
Felicidades.
Besos.
Era un despiste. Ellas ya dominaban el mundo. Por eso sus caras parecían máscaras. Un abrazo. Carlos
Que problema por escuchar conversaciones ajenas....
Te cuento que a mí me gusta escuchar lo que hablan en los transportes y más de una de mis historias nacieron de esas charlas ajenas que yo como buena chusma he escuchado.
mariarosa
Que problema por escuchar conversaciones ajenas....
Te cuento que a mí me gusta escuchar lo que hablan en los transportes y más de una de mis historias nacieron de esas charlas ajenas que yo como buena chusma he escuchado.
mariarosa
Voy a tener que acomodarme los auriculares y ponerme mi propia máscara. Esas chicas conejo te dejan pamado.
Gran dibujo, tiene mucha expresividad, y no son los cuerpos de cotillón que vende la TV o los afiches publicitarios, son "reales"
Abrazo J
Demiurgo: Todas las posibilidades están siempre abiertas. La cuestión es cuando nos cerramos en una sola de ellas.
Guillermo: El problema es cuando una única máscara se torna permanente.
Amapola: Gracias. Nos leemos.
Julio: Hay quienes viven toda su vida sin limpiarse nunca las orejas. Así de asquerosa es la gente.
Carlos: Sin lugar a dudas, ya lo hacen.
María Rosa: Sí habré hecho lo mismo, agrando muchas cosas, claramente, hasta volver irreconocible el diálogo hasta para los propios involucrados.
Frodo: Bueno, todo el mundo sabe que hay chicas conejo y Chicas Conejo.
Gracias por sus visitas y lecturas.
Nos leemos,
J.
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