"NOVIO EN EL PALCO"
Ernesto Jolly
Fernández
Marcelo Tomé
VR + MW
Mónica Gilio
Pipi Spósito
Soledad Sobrino
Gustavo Scacchi / Momo
Lancman Ink
Nadia Vitola
Romina De Lorenzo
Damián Hadyi
Mai - Mariana Villanueva
María Paz Tamburrini
Valeria Brudny
Graciela Fernandez – Grace
Marcela Ramos
Carolina Spinetto
Florencia Capella
Luciana Chame
NOVIO EN EL PALCO
El novio en el palco es un plato. Por lo general, se acollaran dos familias para alquilar un palco. Las viejas atrás, eructando una comida morfada a prisa. Las niñas en estado de merecer, adelante, haciendo mojigaterías con el hocico. En un rincón del palco, los novios. Unos novios eternos, esgunfios, secos, él con calvicie incipiente, ella con este problema: “¿Cuándo se casará este gil?”.
Pasan los forajidos con narices obscenas y haciendo cortes de manga a bordo de un
birloche desencuadernado. La pareja de novios se escandaliza. Los forajidos vomitan
desvergüenzas. Las viejas que eructaban, fruncen el hocico. Las niñas delanteras se ríen
desfachatadamente.
Pasan unos turros a pie, enfundados en unos metros de arpillera. Careta de diez guitas. Una zanahoria gigante colgada de una soguita. Le dan con la zanahoria en la cabeza al novio y rajan.
Pasan dos infelices. Dos infelices que incitan al puntapié. Pantalón blanco, rancho en la mano, bien untados en gomina y estupidez, con un bebé de celuloide en la mano y un ramillete de flores. Le dicen a las zoncitas que desde el palco les enseñan un canastito:
-¿Qué me das por este muñequito?
¿Por qué no se podrá escribir malas palabras en los periódicos? ¿Por qué… Dios mío? Yo soy un hombre honesto y bien intencionado, pero de vez en cuando largaría una andanada.
Pasa una brigada de malandrines. Ágiles de manos y ágiles de pies. Resoplan como
ballenatos y ventosean como mulos. Las personas decentes, al verlos avanzar, se retiran como si fueran leprosos. Los malandrines llevan pantalón al revés, un pijama asqueroso, un rancho cortado en estrella, bastones de ardua solidez, cadena de atar perros y reloj despertador colgado del chaleco. Comen rajas de sandía, chupan naranjas y con vertiginosos manotones, tratan de pellizcarles las piernas a las sirvientas que miran con cara larga el corso eterno.
Los novios en el palco siguen esgunfiándose. Las viejas continúan eructando y vigilando que los pilletes no se roben los rollos de serpentina. Las niñas en estado de merecer siguen su conferencia con los dos infelices que están todavía prendidos con la pregunta:
-¿Y qué me das por el muñequito?
Y esto es Carnaval. ¡Haga el favor! Carnavales eran esos otros, aquellos en que con lo menos que le tiraban era con huevos podridos y líquidos orgánicos en estado de
descomposición… Carnavales eran aquellos en que a media noche, como sobre en un mar de borrasca, se veía la estampa de una fregona flotando sobre una multitud de brazos que soliviaban las cocineras más gigantes del mundo. Esto no es Carnaval ni nada, esto es la caza del novio, la caza del marido, a base de fácil romanticismo que en el entendimiento de los giles despiertan unos metros de tarlatán y terciopelo despegado de un marco antiguo.
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